El misterio de la vocación

Antes que todo y a modo de preámbulo quiero compartir mi experiencia personal sólo en un instante especial pero definitivo. Nunca pensé seriamente en ser sacerdote y menos misionero vicentino; pero gracias a Dios, a mis padres y a mi familia toda, viví en un ambiente de piedad cristiana propia de la época, y, cuando se presentó la oportunidad de continuar mis estudios, apenas había cursado 3° de primaria, quien me sugirió y orientó fue un joven sacerdote diocesano, Gabriel Santos Vargas, quien había hecho parte del noviciado en la Congregación de la Misión. El mismo se preocupó de ayudarme a preparar haciendo un semestre del 4° de primaria en Paipa para enviarme luego a la Apostólica de Santa Rosa de Cabal, a donde llegué con otros cincuenta y resto el miércoles 3 de septiembre de 1953. Los estudios mismos y las orientaciones espirituales del Padre Rector, Eduardo Gutiérrez, y las de mi director espiritual me fueron motivando y entusiasmando por esa ya casi que clara vocación misionera. Y fue ya cursando 3° de bachillerato en 1956, tenía veinte años, cuando frente a la imagen de san Vicente evangelizador de los pobres, que se encuentra al bajar las gradas del segundo piso, al occidente, en un instante revelador tomé la firme e irrevocable decisión de ser Lazarista, como entonces se llamaban. Fue algo que ciertamente me marcó que no sabría explicarlo, y de tal modo que lo recuerdo siempre tan viva y nítidamente como si hubiera sido ayer. Fue esta para mí una muy fuerte experiencia vocacional que fue abriendo la puerta misteriosa a otras muchas, de ya un verdadero encuentro con Dios y con Cristo. Y ahora sí entremos en materia.

La Iglesia, Madre y Maestra, nos enseña en el concilio Vaticano II que “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al dialogo con Dios” (GS 19a), y luego “Cristo murió por todos y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, divina” (id 22e), y finalmente: “los hombres… todos son llamado a un solo e idéntico fin, esto es, Dios mismo” (id 24a).
Como creyentes en un solo Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo en cuyo santísimo Nombre hemos sido regenerados en el bautismo, no podemos desligarnos de un hecho fundamental y trascendente: Dios nos ha hablado, se ha revelado, y, este hecho admirable de la revelación es lo que motiva íntima y profundamente nuestra fe a la vez que la sostiene. Porque “La fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre. Por ello orienta la mente hacia soluciones plenamente humanas” (id 11a), y “El misterio de la fe cristiana ofrece a todos los cristianos valiosos estímulos y ayudas…” (Id 57a). Y aquí caemos precisamente al tema mismo “Misterio”, manifestación benévola y enteramente gratuita de parte de Dios para “Darnos a conocer el misterio de su voluntad” (Ef 1.9). Misterio tras misterio se nos van revelando para indicarnos lo grandioso de nuestra dignidad humana y la altísima vocación a la que hemos sido llamados, empezando por nuestra propia vida natural (misterio de nuestra existencia) para culminar en nuestra vida sobrenatural (misterio de salvación) arrebatada por el pecado de los primeros padres engañados por la envidia del diablo (misterio de iniquidad, como lo llama san Pablo en 2Tes 2.7); y como “El Padre Eterno… decretó elevar a los hombres a participar de la vida divina, y como ellos habían pecado en Adán, no los abandonó , antes bien les dispensó siempre los auxilios para la salvación  en atención a Cristo Redentor, que es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura ( Col 1.15). A todos los elegidos el Padre, antes de todos los siglos, los conoció de antemano y los predestinó a ser conforme con la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos (Rom 8.29) (LG 2a).”

Y todo esto gracias a su eterna misericordia para con todos y cada uno de nosotros. Y continuando con lo del misterio: El misterio de la fe como tal, y el misterio de la fe referido a la Eucaristía, y el misterio de los demás sacramentos. El misterio de la vida, el misterio de la persona humana, el misterio del dolor y el misterio de la muerte. Y muchísimos otros más tanto en lo humano como en lo divino: El misterio de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo y “sacramento universal de salvación” (LG 48b). El misterio de Cristo, Dios y Hombre, y el gran misterio de Dios Uno y Trino. Y en cuanto a nuestro último fin que es Dios mismo, el misterio de nuestra bienaventuranza eterna según aquellas sublimes palabras del gran san Agustín: “Nos has creado, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.

Y no me resisto a trascribir completo aquí el antes citado pasaje a los Ef.1.9, y ahora desde el Vs 3 al 10: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos consagrados e irreprochables ante El por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo cuando llegase el momento culminante: hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza, las del cielo y las de la tierra”.     

Bellísima y apretadísima síntesis del plan de salvación y que nos invita constantemente a reflexionarlo y hacer que nos motive aún más  en nuestra fe profesada, celebrada, vivida y orada a la vez que gozosamente anunciaba con valentía, generosidad y celo por la salvación de nuestros hermanos. La Biblia de Jerusalén comenta este pasaje resaltando seis bendiciones:

“1a .El llamamiento de los elegidos a la vida bienaventurada, incoada ya de manera mística por la unión de los fieles a Cristo glorioso en el amor.

2a. El modo elegido para esta santidad, que es el de la filiación divina, cuya fuente y modelo es Jesucristo el Hijo Único.

3a. La obra histórica de la redención por la cruz de Cristo.

4a. La revelación del “misterio” según Ro. 16.25: “Revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos”.

5a. La elección de Israel “herencia”, “porción” de Dios, como testigo en el mundo de la espera mesiánica.

6a. El llamamiento de los gentiles a participar en la salvación en otro tiempo reservada a Israel. Al recibir el Espíritu prometido, los gentiles reciben la certeza de esta participación. Y concluye: El don del Espíritu da cima a la ejecución del plan divino y a su exposición en forma trinitaria. Iniciado ya desde ahora, en forma misteriosa, mientras dura todavía el mundo viejo, conseguirá su plena realización cuando se establezca el Reino de Dios en forma gloriosa y definitiva, en la Parusía de Cristo”.

Con este precioso pasaje de la carta a lo Efesios me he visto ampliamente motivado y en él claramente reflejado durante todo mi proceso vocacional y en el ejercicio de todo mi santo ministerio sacerdotal, tratando igualmente de mantener y acrecentar mi amor primero del que habla el Apocalipsis aunque como reproche al ángel de Éfeso: “tengo contra ti que has perdido el amor de antes” (2.4). Esta mi pobre y humilde reflexión quisiera que fuera como un canto de gratitud y de alabanza al Padre de las misericordias y dador de todo don perfecto por el don de mi sacerdocio misionero Vicentino y, al que anhelo que muchos: Familiares, cohermanos, amigos, y los fieles que en diferentes lugares y oportunidades me han sido encomendados, se unan en un solo coro con motivo de mis cincuenta años de sacerdocio. Y para ir concluyendo: así que caminamos “de fe en fe” (Ro 1.17), como se expresa el apóstol Pablo, de luz en luz, de gracia en gracia y de misterio en misterio, hasta llegar, con la gracia de Dios, a la plenitud en Cristo Jesús a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. ¡Verdad que la vocación es un gran misterio, y, cómo no, en la historia personal de cada uno de los llamados y elegidos! Y le pido de todo corazón a Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, y así lo espero con ferviente anhelo, que los jóvenes que se encuentren en su proceso vocacional, de una u otra forma, se sientan también muy motivados reconociendo la predilección del señor que los llama a algo inmensamente grande y del todo inmerecido de parte nuestra.

“Cantaré eternamente la misericordias del señor” (Sl 88.2) y hoy más que nunca vale ciertamente la pena ser sacerdote correspondiendo libre y generosamente al llamado del Maestro “Ven y sígueme” (Mt 19.21; Mc 10.21) ; y “ Venid conmigo, y hare de vosotros pescadores de hombres” (Mc 1.17). El Señor que llama nos capacita y nos conforta con su Espíritu “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Fip 4.13), y “Esta es la confianza que tenemos delante de Dios. No que nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos cosa alguna, sino que nuestra capacidad viene de Dios” (2Co 3.4-5), y “Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1Cor 15.10).

Y ahora qué me resta? Sencillamente lo del salmista asumido como un firme propósito más: “Te debo, Dios mío: los votos que hice, los cumpliré con acción de gracias” (Sl 55.13). Amén. Amén,



P. Epigmenio Hurtado, C.M. 
El misterio de la vocación El misterio de la vocación Reviewed by Pastoral Vocacional- Familia Vicentina on mayo 20, 2017 Rating: 5

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